Los hijos no se pierden en la calle, sino en la casa.

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Psicóloga Valeria Sabater.

 

Los hijos no se “pierden” en la calle. De hecho, esa pérdida se inicia en el propio hogar con ese padre ausente, con esa madre siempre ocupada, con un cúmulo de necesidades no atendidas y frustraciones no gestionadas. Un adolescente se desarraiga tras una infancia de desapegos y de un amor que nunca supo educar, orientar, ayudar.

Empezaremos dejando claro que siempre habrá excepciones. Obviamente existen niños con conductas desadaptativas que han crecido en hogares donde hay armonía y adolescentes responsables que han conseguido marcar una distancia de una familia disfuncional. Siempre hay hechos puntuales que se escapan de esa dinámica más clásica donde lo acontecido día a día en una casa marca irremediablemente el comportamiento del niño en el exterior.

“Sembrad en los niños buenas ideas, aunque hoy no las entiendan el futuro se encargará de hacerlas florecer”

-María Montessori-

H. G Wells dijo que el estilo educativo que predominaba en su época ya apuntaba resultados en esta dirección. El inicio de las pruebas estandarizadas, de la competitividad, de las crisis financieras, del escaso tiempo de los padres para educar a sus hijos y de la nula preocupación por incentivar la curiosidad infantil o el deseo inherente por aprender hacían ya que, en aquellos albores del siglo XX, el célebre escritor no augurara nada bueno para las generaciones futuras

Si bien es cierto que en lo que se refiere a la educación de un niño, todos somos agentes activos (escuela, medios de comunicación, organismos sociales), es la familia la que hará germinar en el cerebro infantil el concepto de respeto, la raíz de la autoestima o la chispa de la empatía.

En realidad, y por curioso que parezca, un padre o una madre no siempre terminan de aceptar este tipo de responsabilidad. De hecho, cuando un niño evidencia conductas agresivas en un centro escolar, y se toma contacto con los padres por parte del tutor, es habitual que la familia culpabilice al sistema, al propio instituto y a la comunidad escolar por “no saber educar”, por no intuir necesidades y aplicar adecuadas estrategias.

No se trata de alimentar pues tanto pesimismo, pero sí de poner sobre la mesa un estado de alerta y un sentido de responsabilidad. Por ejemplo, algo de lo que se quejan muchos terapeutas, orientadores escolares y pedagogos es de la falta de apoyo familiar que suelen encontrarse a la hora de hacer intervención con ese adolescente problemático, o con ese niño que evidencia problemas emocionales o de aprendizaje.

Cuando no hay una colaboración real o incluso cuando un padre o una madre desautorizan o boicotea al profesional, al maestro o al psicólogo, lo que conseguirá es que el niño, su hijo, continúe perdido. Aún más, ese adolescente se verá con más fuerza para seguir desafiando y buscará en la calle lo que no encuentra en casa o lo que el propio sistema educativo tampoco ha podido darle.

Hay niños difíciles y demandantes que gustan actuar como auténticos tiranos. Hay adolescentes incapaces de asumir responsabilidades, y que adoran sobrepasar los límites que otros les imponen acercándose casi hasta la delincuencia. Todos conocemos más de un caso, sin embargo, hemos de tomar conciencia de algo: nada de esto es nuevo. Nada de esto lo ocasiona Internet, ni los videojuegos ni un sistema educativo permisivo.

“Antes de enseñar a leer a un niño, enséñale qué es el amor y la verdad” -Gandhi-

Al fin y al cabo estos niños evidencian las mismas necesidades y conductas de siempre contextualizadas en nuevos tiempos. Por ello, lo primero que debemos hacer es no patologizar la infancia ni la adolescencia. Lo segundo, es asumir la parte de responsabilidad que nos toca a cada uno, bien como educadores, profesionales de la salud, divulgadores o agentes sociales. Lo tercero y no menos importante, es entender que los niños son sin duda el futuro de la Tierra, pero antes que nada, son hijos de sus padres.

La educación de calidad sabe de emociones y entiende de paciencia. El niño demandante no detiene sus conductas con un grito o con dos horas de soledad en la propia habitación. Lo que exige y agradece es ser atendido con palabras, con nuevos estímulos, con ejemplos y con respuestas a cada una de sus ávidas preguntas. Hemos de tomar conciencia también de que en esta época donde muchas mamás y papás están obligados a cumplir jornadas de trabajo poco o nada conciliadoras con la vida familiar, lo que importa no es el tiempo real que compartamos con los hijos. Lo que importa es la calidad de ese tiempo.

Los padres que saben intuir necesidades, emociones, que están presentes para guiar, orientar y para favorecer intereses, sueños e ilusiones, son los que dejan huella y también raíces en sus hijos, evitando así que esos niños las busquen en la calle.

Detrás de un niño difícil hay una emoción que no sabe expresar

Son muchos los padres y las madres que se quejan de que su niño es muy difícil, que siempre le ronda una emoción cargada de rabia que desahoga de forma inapropiada. Con rabietas, malas palabras o con sutiles actos de desobediencia. Hemos de tener claro que ningún niño es igual a otro, y que ninguno de nosotros podemos saber tampoco qué tipo de necesidades pueden tener esas criaturas que acabamos de traer al mundo y para las cuales, deseamos todo lo mejor.

La emoción es la fuente de energía humana, es la llave que debe guiar a los niños, primero para entenderse a sí mismos, y para después, entender al mundo.

 

Si al poder del refuerzo positivo

Si a un niño difícil le recriminamos sus errores, si lo infravaloramos, o lo reprendemos por sus reacciones, generaremos aún más rabia y más ansiedad. Recuerda siempre que este tipo de niños, en el fondo, son muy frágiles y disponen de una baja autoestima.

Usa verbalizaciones tan simples como: “yo confío en ti”, “yo sé que vas a poder con esto”, “yo sé que eres especial”, “yo sé que eres un niño valiente y por eso te quiero”…

Una palabra positiva genera una emoción positiva, y una emoción positiva genera confianza.

Sí a la comunicación que no juzga, que no compara ni sentencia

Hay padres y madres que cometen el error de comparar al niño difícil con sus hermanos, o con otros niños. No es lo adecuado. Al igual que es un error iniciar un diálogo que ya implica determinadas sentencias: “como, tú eres vago, tú nunca escuchas, tu siempre te portas mal…” 

Dale confianza, cercanía y comprensión. Cuida mucho el tono de tu voz, es algo básico para conectar con los niños.

La comunicación debe ser diaria y continuada.

Nunca te rías o ironices de lo que te digan tus hijos. Para ellos es importante, y si encuentran esa falta de empatía por tu parte evitarán sincerarse contigo.

Enséñale que cada emoción puede transformarse en una palabra, que la rabia tiene forma, que la tristeza se puede compartir para aliviarla, que llorar no es malo y que tú siempre estarás ahí para escucharles.

Enséñale a respirar, a relajarse, a canalizar sus emociones a través de determinadas actividades con las que desahogarse y distraerse.

Enséñale a aceptar la frustración a que el mundo no puede ser siempre como ellos quieren.

Enséñales a escuchar y a hablar con asertividad. Diles que su voz siempre va a ser escuchada, que todo lo que diga es importante para ti.

Enséñales a tener responsabilidades, a valerse por sí mismos en cada paso y decisión que dan.